sexta-feira, outubro 10, 2008

Al final, quién lanzó la bomba?

Nunca me había puesto a reflexionar sobre el día de los trabajadores hasta el año pasado. Aunque las personas hablen por lo menos una vez al año de él, yo lo ignoraba como si no tuviera ninguna relación conmigo. Ya había trabajado en dos o tres empresas diferentes, pero no había sufrido nada que mi hiciera creer que ese día fuera importante. Pero el año pasado, en una de mis clases de la facultad, un profesor que tenía como rutina llevar recomendaciones de libros para sus alumnos se puso a hablar sobre la novela nombrada La Bomba, escrita por Frank Harris, renombrado autor irlandés que escribió biografías de Oscar Wilde y Bernard Shaw. Él comentó que la historia abordaba el surgimiento del día del trabador, entonces, yo, por la primera vez, pensé profundamente sobre ello. Así, salí de la clase y, pronto, me compré el libro.
Empecé a leerlo inmediatamente, pero tardé un ratito en terminarlo. No porque fuera aburrido, es que yo no tenía el tiempo que me gustaría para disfrutarlo. Ya en los primeros capítulos, La Bomba describe las deplorables condiciones de trabajo en los Estados Unidos de los anos ochenta del siglo XIX. El narrador es un periodista que dejó Alemania en búsqueda de trabajo en los Estados Unidos. Su nombre es Rudolph Schnaubelt, y sufrió demasiado en sus primeros intentos. Buscaba algún empleo en los periódicos de Nova York, pero fue ignorado por todos los empleadores. Así, decidió buscar otros tipos de trabajo, y sólo consiguió vacantes como operario en lugares asquerosos y repugnantes. Estuvo a punto de adquirir gravísimas enfermedades debido a las más condiciones de trabajo, lo que lo dejó demasiado revoltoso y lo hizo reunirse al movimiento anarquista. Por otro lado, sus mal-afortunadas y desastrosas experiencias le agregaron buen contenido para su actividad como periodista, así que, pasado un tiempo, consiguió empleo en un periódico socialista. Pero la prensa institucionalizada jamás le concedió algún segundo de atención.
Decepcionado con la vida en Nova York, Schnaubelt decide mudarse para Chicago, donde había, por intermedio de un amigo, conseguido una oportunidad mejor de empleo en un periódico local. Allá, empezó a frecuentar las reuniones de los trabajadores, donde conoció a Louis Lingg – principal responsable por el incidente trágico que originó el día de los trabajadores. Lingg era uno de los más conocidos líderes del movimiento anarquista en la región y tenía una habilidad increíble para seducir las personas con sus discursos. Pronto, Schnaubelt pasó a considerarlo uno de sus mayores ídolos, además de su mejor amigo.
Sublevado por Lingg, Schnaubelt se propuso a detonar la bomba que mató algunos policías y lastimó más de cincuenta personas, durante una riña entre los trabajadores y la policía en Chicago, en mayo de 1886. No se preocupen que yo no les estoy contando el final de la historia, puesto que el narrador ya admite su responsabilidad en el primero párrafo del libro. Lo intrigante es que, aunque la trama no sea completamente verdadera, es tan llena de detalles que, en algunos momentos, nos deja duda sobre donde termina la realidad y empieza la ficción. La mezcla es tamaña que en la época en que el libro fue lanzado hizo que mucha gente creyera que había sido el propio Harris quien había detonado la bomba. En verdad, hasta hoy en día hay dudas sobre eso, principalmente cuando se nota las semejanzas entre Schnaubelt y Harris: ambos eran periodistas, migraran para los Estados Unidos (aunque Harris hubiera dejado la Irlanda y Schnaubelt, la Alemania) y eran simpatizantes del movimiento anarquista.
Sea quien sea que haya sido el responsable por lo ocurrido, agravó la relación entre los trabajadores y la policía. Con prisa en demostrar servicio y superioridad, las autoridades detuvieron cinco líderes anarquistas y los condenaron a la muerte, aunque no estuvieran seguras de que hubieran sido ellos los responsables por el atentado. Las investigaciones mal conducidas y las indicaciones de que algunos de ellos eran inocentes desencadenaron una gran revuelta por parte de los trabajadores en repudio a las injusticias de las autoridades estadounidenses. Esas manifestaciones se difundieron para otros países del mundo, donde fueron creadas leyes que establecieron algunos derechos que los trabajadores no tenían antes. Por lo demás, se instituyó el día primero de mayo como el día de la lucha de los trabajadores por mejores condiciones de trabajo.
Actualmente, en Brasil, solimos criticar las huelgas y las manifestaciones, pero nos olvidamos que fue a través de ellas que logramos conquistar muchos de los derechos que tenemos hoy en día. Mientras algunos países de primer mundo siguen manteniendo la presión contra los abusos cometidos por las grandes corporaciones y por el gobierno, acá, donde todo es más precario, rechazamos el derecho del pueblo expresarse. Sin duda, los trabajadores son mucho más respectados al presente que en el siglo antepasado. Pero todavía hay abusos y, incluso, algunos países siguen manteniendo sus trabajadores en condiciones infrahumanas, como ocurre en algunos países de África y Asia, además de algunas ciudades pequeñas de la mayoría de los países.

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